Serie de TV – Sankuokai
A mediados de los años 80, los cabros de aquel entonces solíamos acompañar el Milo y las tostadas de las once con Sankukai, que emitía el canal UCV cuando el sol empezaba a ponerse.
Recuerdo vagamente el argumento principal de la historia. Al parecer, en un futuro muy lejano, había un grupo de ultra-malos que querían conquistar el universo. Pero afortunadamente había un grupo de ultra-buenos que tripulaban una astronave que más se parecía al Caleuche que a una nave espacial y podían convertirse en ninjas o algo así, para pelear contra las criaturas de los ultra-malos que, obviamente, eran ultra-malas. Y había un robot que supuestamente era inteligente, pero como cada vez que aparecía era para decir una estupidez, al final me daba rabia verlo. Uno de los buenos se llamaba Hayato, y me acuerdo de ese nombre porque por aquel entonces estábamos estudiando el ‘hiato’ en castellano y algunos de mis compañeros confundían la secuencia de dos vocales que no se pronuncian dentro de una misma sílaba con el nombre del super-bueno asiático.
Creo que el gran jefazo de los malos era un robot, aunque más bien era una máscara inexpresiva, colgada en una pared, y tenía ojos como los blisters de los Chiclets de Adams, así que cada vez que veía a ese malo lo primero que se me venía a la mente era el tierno crujido de esos chicles cuando los masticas la primera vez y rompes la capa de caramelo que los cubre.
Y había muchas explosiones y modelos de naves espaciales estallando y peleas a brazo partido con muchos saltos y piruetas y poses estrambóticas -al parecer en las peleas en el Japón siempre hay que gritar el nombre del arma que vas a usar antes de usarla, al estilo de “LANZADOOOOR DE ESTREEEEELLAS!”-, y unos diálogos de lo más desopilante (¡Oh, no! Han herido a Ryu! ¡Ahora no tenemos salvación!) ambientadas en decorados kitsch, por no decir baratos.
La serie era mala. Muy mala. Los trucos se notaban, los actores sobreactuaban sus papeles y las luchas eran tan patosas que daban más risa que emoción. Todos sabíamos que al final los super-buenos iban a ganar, sobre todo porque casi siempre los planes de los super-malos eran simples y tirando a estúpidos.
Y tal vez por eso fue que tuviera tanto éxito entre nosotros. Por un lado, las peleas con muchos combos falsos y saltos y poses sobreactuadas eran exactamente lo mismo que hacíamos nosotros cuando jugábamos en el patio a la hora del recreo, aunque con menos espectacularidad por nuestra parte. Y además, el hacer estallar un modelo a escala de un avión, auto, barco, lo que fuera, en mil pedazos era algo que nos atraía morbosamente, así que cuando lo veíamos en la pantalla se nos caía la baba. Tengo por ahí algunos amigos que me confesaron que pusieron petardos en autitos y avioncitos de juguete por el mero placer de verlos estallar. Y he de confesar que si yo mismo no lo hice fue porque mis padres jamás me dejaron comprar petardos.
En general las series de acción destinadas a un público infantil japonesas (como esta misma, o Ultra Seven o los Power Rangers que vendrían mucho después) tienen las mismas características. Y no creo que sea porque los japoneses destinan pocos recursos para estas series, o que tengan libretistas pésimos. Me da la impresión que lo hacen con toda la intención del mundo, para que los cabros los imiten con más facilidad.
Y por eso siempre son tan populares.