Cámaras fotográficas en los años 80
Cada vez avanzamos más rápido, amigo mío. La tecnología del bronce tardó medio milenio en hacerse común entre las comunidades paleoeuropeas. Las máquinas de vapor tardaron unos ciento veinte años en reemplazar a la tracción animal como medio de transporte. El automóvil reemplazó a los carruajes en unos sesenta años. El cine pasó a ser entretenimiento popular en unos treinta y cinco años. A la radio, convertirse en un fenómeno de masas le tomó un par de décadas. La televisión habrá tardado unos quince años en llegar a una audiencia amplia. Las computadoras personales se popularizaron en diez ó doce años. Los CDs, como mucho, ocho. Internet se hizo popular unos cuatro años después del pistoletazo de salida1. Al DVD, convertirse en el medio de soporte de datos por excelencia le tomó, como mucho, un par de años.
La velocidad es tal que ahora la tecnología de hace más de un lustro parece inconcebiblemente desfasada hoy en día. Tomemos como ejemplo las cámaras fotográficas digitales. En 2001 eran poco más que una curiosidad. Hoy en día son tan populares que ni Kodak ni Fuji/Minolta fabrican cámaras analógicas, y empresas tan emblemáticas como Polaroid no tienen más remedio que diversificar su gama más allá de la fotografía para sobrevivir.
Al volver la vista atrás, nos parece casi inconcebible que la tecnología digital fuera casi inexistente hasta hace bien poco. ¿Me acompañas en una gira nostálgica por lo que fue la tecnología punta para los cabros de los ochenta?
Empecemos por el tope de gama: las cámaras de 35 milímetros. Ese formato era, de lejos, el más popular de los años ochenta, usado tanto por aficionados como por profesionales. Lo más probable es que tu papá tuviera también una, tal vez sencilla, a lo mejor sofisticada, ¿qué más da? Y seguro que él la sacaba y la usaba para inmortalizar aquellas vacaciones, ese cumpleaños, la escapada al campo… La de mi padre era una Canon AE-1 que se compró en 1979, un aparato muy avanzado en su época, la cámara que introdujo la electrónica en el campo de la fotografía. Eso sí, nada de ‘auto-focus’, sistema anti-temblores o zoom automático. La electrónica únicamente te decía qué era lo que tenías que hacer. El enfoque, la velocidad del obturador, el pulso firme y todo lo demás lo tienes que hacer tú con tus propias manos. El diseño de esta cámara aún parece vagamente contemporáneo, pero me imagino que para las nuevas generaciones de fotógrafos digitales se ve tan extraño como una cámara ‘de fuelle’ para mis ojos. Pero ya les llegará la hora a las cámaras actuales.
Todas la cámaras de familia, y especialmente las que usan película, tienen un halo que las transforman en artefactos mágicos a los ojos de los niños, tanto por lo delicada que es la máquina como por el insondable misterio de las imágenes captadas. Dentro de la cámara, en una oscuridad absoluta, las imágenes que el objetivo ha captado descansan, invisibles a la vista, tan frágiles que basta un rayo de luz chiquitito para que se pierdan para siempre. Y cuando uno es cabro chico oye esas explicaciones y de verdad crees que una cámara es un aparato cuya magia sólo puede ser invocada por las manos expertas de un adulto.
Otra de las cosas que van pasando poco a poco al olvido es el ritual del revelado, que también avanzó muchísimo durante los años 80. Si al inicio de la década lo normal era dejar el carrete y volver a la tienda de revelado al día siguiente para recoger las fotos, en el sobrecito de papel que olía a emulsión fotográfica, poco a poco se impusieron métodos de revelado que acortaron el tiempo de espera. Seis horas, tres horas, una hora, treinta minutos… creo que en las pocas tiendas de revelado que aún sobreviven, el proceso no dura más que 10 ó 15 minutos en la actualidad. Las casas de revelado se han reciclado y hoy en día la mayor parte del negocio lo sacan de la venta de cámaras digitales y memorias FLASH, y en vez de revelar carretes, te pasan las fotos digitales a un CD o bien las imprimen en papel. Renovarse o morir.
Claro que las máquinas de 35 mm no fueron las únicas disponibles en los años 80. Estaban, por ejemplo, las Polaroid, sobre todo esas que escupían con mucho ruido mecánico un rectángulo negro enmarcado en cartulina. Dejabas pasar unos minutos y entonces veías, con tus propios ojos, cómo la imagen en el rectángulo iba tomando forma y los colores aparecían gradualmente. Eso sí que era verdadera magia. Lamentablemente las Polaroid eran demasiado caras por aquellos días, y por más atractivas que fueran para los cabros chicos, debido a lo sencillo de su manejo, ese era también un juguete dedicado sólo a los mayores. Aunque a nosotros, cabros chicos, se nos desataba la imaginación: ¿Qué no seríamos capaces de hacer con una cámara que no necesita de la potencialmente vergonzosa visita a una tienda de revelado? Me da a mí la impresión que haríamos exactamente lo mismo que los cabros de ahora con sus webcams. Un cabro siempre es un cabro.
El formato fotográfico ideal para para un cabro chico era el ‘110’; de hecho, la primera cámara de verdad que tuve fue una Kodak Ektralite 10 que me dejó el viejo pascuero en 1985. Las cámaras de 110 eran sencillísimas de usar y de cargar. Recuerdo que el rollo que me vino con la cámara lo gasté inmediatamente en fotos con motivos bastante estúpidos, pero gracias a esa estupidez, he sido capaz de recordar detalles que se me habrían escapado hace tiempo, como la maqueta del Concorde que tenía en mi cuarto, la forma de la silla en mi habitación, las cortinas, mi colección de ‘Tentes’, las vistas desde mi ventana… Gracias a las fotos que sobrevivieron, soy capaz de tener un recuerdo nítido del cuarto que ocupé en la casa de Providencia en la que viví a partir de 1986.
Las cámaras 110 eran fáciles de fabricar, adquirir y mantener, y durante su apogeo se vendieron por millones, con todas las formas y colores -incluídas las diminutas minicámaras con cadena de llavero-, por lo que es imposible hacer una lista completa de modelos. De todos modos, estoy seguro que si eres un cabro o cabra de los 80, habrás tenido al menos una 110.
Oh, por cierto, a lo mejor ya no te acuerdas, pero en los años 80 también tuvimos una revolución fotográfica frustrada: las cámaras Disc, lanzadas en 1982 por Kodak. En vez de tener carrete, esas cámaras usaban un disco chiquitito que supuestamente las hacía superiores. Al comienzo las cámaras Disc se vendieron como pan caliente, pero cuando la gente se cansó de sus precios relativamente caros, sus diminutos negativos, las dificultades para hacer ampliaciones de calidad y la escasez de sus discos, las ventas cayeron tanto que en 1988 Kodak las sacó del mercado y volvió al formato de 35mm para sus cámaras más populares.
Fue un duro golpe para Kodak, pero la compañía equilibró este fracaso con el impresionante éxito que obtuvo la Fling de 1987, la primera máquina de usar y tirar que se sacó al mercado (ese era el lema de los ochenta, ‘usar y tirar’), y posiblemente una de los últimos hitos en la historia de las cámaras analógicas, si dejamos aparte la invasión de electrónica que llegó ya bien entrados los años 90.
Los tiempos han cambiado radicalmente. Ahora, ya no se hay que esperar que te revelen las fotos. Ni tampoco hay que comprar carrtes nuevos, ni fijarse en la fecha de vencimiento de la película, ni enfadarte si una foto sale velada o movida o si a la película le entra la luz. Las cámaras digitales están por todas partes, como aparato autónomo, enchufados al computador como ‘webcams’, o incorporados a los teléfonos móviles. Los carretes están irremediablemente condenados al baúl de los recuerdos.
Aunque me da pica no ser AHORA un cabro chico y poder hacer las bobadas que con toda seguridad habría hecho sabiendo que mi cámara y yo somos cien por ciento libres de hacer cualquier lesera. Ahora soy demasiado grande para hacer leseras y me aburren. ¡Pucha que tienen suerte los cabros chicos de ahora!
1: Síiii, ya lo séee, Internet se inventó en 1969, pero el empujón definitivo no llegó hasta que el gobierno Clinton lanzó la iniciativa de las superautopistas de la información en 1994.