El placer de ver Tres Son Multitud cuando tienes 13 ańos
En 1986, mis padres se compraron un segundo televisor para instalarlo en su dormitorio y así poder ver la tele desde la cama.
Lo cual significaba el fin de la ‘veda’ televisiva de después de la cena a la que yo había estado sujeto desde que tenía memoria -por otra parte, ya era hora, caramba, Ąque ya tenía yo 13 ańos!-. Pero esa apertura a ver los programas a la hora que los canales estaban ‘autorizados para transmitir programas para mayores de dieciocho ańos’, según decían los locutores de continuidad con cierto retintín, estaba limitada a las noches de los viernes y los sábados, para evitar que la esforzada nana que me despertaba las frías mańanas de colegio tuviera que levantarme de la cama con una grúa.
Pero me estoy desviando del tema. El asunto es que me sentía muy mayor al terminar de comer con mi familia, darle un besito de buenas noches a mi mamá e irme al living de mi casa a ser el dueńo y seńor del control remoto, verdadero bastón de mando de la casa, encender la TV, ver el angelito despidiendo a los nińos a la cama -nińos menores que yo, claro-, y escuchar las palabras mágicas, “…para mayores de 18 ańos”. Con lo que parecía estar cumpliendo un rito de iniciación a una adultez aún más imaginada que real. Aún estaba yo a un lustro de ser ‘mayor de 18 ańos’, pero al fin y al cabo suponía yo que ya tenía criterio para ver esas cosas… que, por otro lado, no eran tan morbosas como uno podría entender de tanto aparato: la programación nocturna no eran escenas de cama, ni farándula ni escenas de persecuciones en las autopistas de los EE.UU… a lo más la violencia habitual en las películas de Hollywood -de diversa calidad-, el doble sentido de las sitcoms enlatadas directamente de la USA y alguna que otra comedia pícara. En los ochenta la TV era diferente, más benigna, menos seria. O eso piensan mis recuerdos.
Tengo que confesar que ya antes había traspasado ese límite que venía después de las noticias de ’60 Minutos’ y ‘Teletrece’, que eran los noticieros que se veían en mi casa. Por ejemplo, para ver a Carl Sagan caminando en la recreación de la biblioteca de Alejandría en ‘Cosmos’, o bien para asombrarme de la última tecnología del momento de la mano de Hernán Olguín en Mundo Ochentaytantos, aunque acompańado de toda la familia. Pero el estar solo, dueńo absoluto del control remoto, un viernes a partir de las nueve y media de la noche es otra cosa, totalmente diferente, sobre todo cuando tienes 13 ańos.
A veces veía alguna película, sobre todo los ‘reestrenos’ de lo que había estado en las carteleras algunos ańos antes. Pero la mayoría de las veces me decantaba por la programación de Teleonce, que incluía el inefable Benny Hill con ese humor pícaro (que era lo que todos comentaban en el colegio, aunque, la verdad sea dicha, a mí no me gustaba tanto) y luego uno o dos ‘sitcoms’ de esos que supuestamente son graciosos y en los que se oyen risas grabadas para indicar en qué momento ha terminado el chiste y te tienes que reir. Curiosamente, las sitcoms ańosas estaban presentes en diferentes horarios, pero sobre todo en el canal 11, que, según me parece, conseguía esas series más o menos antiguas de las distribuidoras por un precio muy barato. Y las más sexistas las reservaba para la noche del viernes.
Había una serie acerca de un submarino de la segunda guerra mundial pintado de rosa, con una tripulación mixta, de varones y mujeres, llamada “Operation Petticoat”, traducida al castellano con el originalísimo nombre ‘el submarino rosa’, y estaba llena de chistes malos. Y los capítulos fueron filmados entre 1977 y 1979, así que en 1986, ya parecían viejas. Y además, estaba dirigida por Blake Edwards (el inefable) y protagonizada por John Astin, o sea, Homero Addams.
Pero yo veía esa serie no porque me pareciera graciosa, pues no me lo parecía, sino porque me gustan las películas de guerra, sobre todo las de la segunda guerra mundial, y más aún las antiguas, esas en las que los alemanes salían como patos de una galería de tiro y se caían muertos (de mentiras) inmediatamente. Y los únicos heridos eran los ‘buenos’ porque los malos mueren enseguida cuando les llega una bala. O ni siquiera eso porque nunca había sangre. ĄBueno, ESE tipo de películas de guerra! Las que después emulábamos en el patio del colegio cuando jugábamos a pegarnos tiros y caernos muertos y luego resucitar y luego morir otra vez.
Para los que quieran recordar esta serie, algún usuario se ha tomado el esfuerzo de subir la apertura de la serie a Youtube. Así que vayan y véanla si quieren. Y si no quieren, no la vean.
Si no me equivoco, esa serie fue reemplazada por otra cuyo nombre era “Three’s Company” en la versión original, y “Tres son multitud” en la versión hispana. Serie que era una adaptación de una serie anterior hecha en Gran Bretańa entre 1973 y 1976, y cuyo éxito dentro del mundo de las ‘sitcoms’ sorprendió a más de un analista televisivo de la época.
Y la sorpresa fue que, a diferencia de lo que los críticos pronosticaron cuando el primer episodio fue emitido en la cadena estadounidense ABC en Marzo de 1977, la serie fue un éxito de público que ni siquiera los mismos productores de la serie esperaban. A la vista de esa popularidad, los ejecutivos del canal cambiaron el contrato de los míseros cinco episodios originales a una temporada completa, y lo renovarían, ańo tras ańo, hasta llegar a 1984.
El ‘show’ se basaba en las peripecias de una pareja de chicas (Janet Wood, la morena que era informal, lista y responsable y Cindy Snow, exhuberante, ingenua, rubia y algo tonta como buena California Girl) que compartían su apartamento arrendado con un varón que estudiaba para chef, Jack Tripper. Lograban convencer al dueńo del apartamento (Mr. Roper) de que Jack era gay, porque eran los ańos 70 y de ninguna forma nadie podría aceptar en la USA de aquellos ańos semejante prueba de concubinato. O eso creo yo. Y como él no era gay, eso les daba juego a los guionistas para hacer muchos chistes baratos acerca de la tensión sexual que se respiraría en esas condiciones.
Si mi frágil memoria recuerda bien, esta serie venía después de ‘Benny Hill’, es decir, a eso de las 10 de la noche, o tal vez algo más tarde. Para mí la melodía de apertura, por tanto, está íntimamente ligada a las oscuridad y el silencio que invadía no sólo mi casa a aquellas horas, sino a todo Santiago, pues no nos olvidemos que a partir de 1986 el régimen militar impuso el toque de queda a partir de las 12 de la noche, con el cual circular por la calle era un crimen a menos que uno poseyera un salvoconducto. Semejante medida resulta insólita, vista hoy en día. Y más insólitas, aún, me parecen la relativa calma y tranquilidad con las que la gente asumió esa versión autoritaria, ominosa y siniestra del angelito del canal 13.
Pero me estoy desviando otra vez. Estoy seguro de que Jenny-Lee Harrison, la actriz que encarnaba a la rubia Cindy Snow, excheer-leader y ex Miss Young America, fue elegida por sus ‘encantos naturales’ y por ello seguramente sería el personaje favorito de muchos televidentes, especialmente los cabros chicos con licencia para ver la tele tan tarde… como yo por aquel entonces. Aunque, honestamente, yo prefería la dulce informalidad de Janet Wood, y su pelo negro y corto, y su sentido común, que contrastaba con la locura de Jack Tripper y la infantilidad de Cindy. Mmm, tan linda y amorosa y… eeeh, Ąbueno! luego estaba Jack Tripper que era muy bien parecido, pero a ese personaje más que otra cosa lo que le tenía era envidia, por vivir en ese apartamento con esas chicas tan lindas y yo tenía que vivir todavía con mis padres porque era un cabro chico. Cómo es posible tanta injusticia.
Y ahora, un trozo de trivia estúpida: Jack Tripper es muy parecido fonéticamente en el inglés original a “Jack the Ripper”, es decir, ĄJack el destripador! Llama la atención semejante nombre, a semejante personaje, en semejante serie. Así que habrán elegido el nombre a conciencia, digo yo. Y con esto, acaba el trozo de trivia estúpida. Sigamos con el resto del artículo.
ImageBueno. A pocos amigos ochenteros se les habrá escapado que el canal Mega está promocionando su nuevísima serie llamada ‘Tres Son Multitud’, y que, según pone en la misma página dedicada a la serie en su página, consistirá en las peripecias de una pareja de chicas (Antonia Araya, la morena informal, lista y responsable y Kika Kunstman, exhuberante, ingenua, rubia y algo tonta como buena Vitacura Girl) que compartirán su apartamento arrendado con un varón que estudia para chef, Nico García. Lograrán convencer al dueńo del apartamento (Don Amador) de que Nico es gay, porque son los ańos 2000 y de ninguna forma nadie podría aceptar en el Chile de estos ańos semejante prueba de concubinato. O eso creo yo. Y como él no es gay, eso les dió juego a los guionistas (no se hagan ilusiones, los guiones son los mismos que se crearon para la serie original de la USA, aunque adaptados a la realidad chilensis) para hacer muchos chistes baratos acerca de la tensión sexual que se respirará en esas condiciones.
Bueno, sí. Suena a deja-vu, sobre todo para los que tenemos más de 30 ańos. Es más o menos como si nos recalentaran el mismo plato que nos sirvieron hace 25 ańos, aunque sazonado con el cantarín acento local en vez del doblaje asexuado de Puerto Rico, Miami, México, o vaya uno a saber dónde. De hecho, si este programa se está promocionando ahora en los diarios, chopin mols y demás, es porque una productora local ha comprado los derechos -y los guiones- de la serie original para producirlas acá. Igual que se hizo, por ejemplo, en Portugal y en Suecia, entre otros países, que cuentan con sus propias versiones de la serie.
Lo cual está muy bien y todo eso… pero… żNo sería mejor contratar guionistas imaginativos de acá para hacer series nuevas en vez de usar a esos mismos guionistas para que traduzcan unos guiones polvorientos? Porque, salvando las diferencias, esto se parece mucho a el comprar los guiones de Spiderman -las historietas, claro- para sacar una revista de superhéroes llamada ‘ArańaPollitoMan’, pero que en vez de transcurrir en Manhattan acontezca en el Centro, Providencia o Maipú. Y dibujada por chilenos, eso sí.
Visto desde ese ángulo, supongo que el lector comprenderá por qué no pienso ver esa nueva serie. 🙂