No todo era diversión – Las materias del colegio
Durante mi visita a Chile el pasado mes de Mayo, mi buen amigo y anfitrión Fernando Meza me llevó al Persa Bio-Bio un par de veces, para cachurear, buscando tal vez alguna ganga que llevar de vuelta a la casa como trofeo.
Al rebuscar en una pila de revistas antiguas, por ejemplo, me llevé una sorpresa cuando encontré algunos ejemplares del “Nuevo Apuntes”, aquella revista didáctica que, según el comercial de la época (¿1983?), “hace más fácil aprender”. Ejemplares que compré en seguida, por cincuenta pesos cada uno, para echarles un vistazo y recordar las materias que una vez tuve que estudiar.
La revista “Nuevo Apuntes” era una publicación semanal, cuyo material estaba elaborado de acuerdo con el programa oficial de estudios de la educación básica. Así, pues, el objetivo de esta revista era el ampliar las materias que en ese momento se estuvieran estudiando en clases. A mí nunca me compraron aquella revista, pero en este caso no importa, porque el contenido de esa revista me retrotrae a las aulas de EGB en las que pasé tantas horas de mi vida, con tantos profesores, buenos algunos, malos otros, que contribuyeron tanto a que fuera lo que hoy en día soy.
Es por ello que he decidido echar un vistazo nostálgico a aquellas materias que formaron parte de mi niñez en los años ochenta, junto a los lápices de pasta “Kilométrico”, las reglas, los transportadores, el ‘overol’ con el nombre de uno cosido en el bolsillo, las mochilas, los cuadernos “Austral” y la corbatita (con elástico) en la camisa recién planchada. ¿Me acompañas, amigo lector?
Ciencias Sociales
En las clases que recuerdo, esta materia era sobre todo historia y un poquito de geografía acá y allá. La historia me aburría como una ostra, porque consistía sobre todo en memorizar fechas y hechos aislados del resto, más que entender los procesos históricos. De la historia chilena me llevé la idea de que el país había estado en guerra permanente durante todo el siglo XIX, sea con España o con sus vecinos -noción que, la verdad sea dicha, no está tan lejos de la verdad-. Y no entendía qué hacía tan especial la gesta de don Arturo Pratt y por qué se le rendían tantos honores, si al final el pobre tipo terminaba muerto y su barco hundido. Parece que matarse de forma casi suicida era algo digno de elogio en el siglo XIX, sobre todo si esa muerte ocurría ‘en aras de la patria’. ¡Ah, el romanticismo!
Con respecto a la geografía, me llamó mucho la atención cuando estudiamos ‘los accidentes geográficos’. Mientras que hoy entiendo perfectamente qué es uno de esos ‘accidentes’, por aquel entonces mi vocabulario no era tan amplio, y no podía entender cómo diablos un ‘itsmo’ o un ‘golfo’ podían ser un accidente. Y no sé por qué razón el profesor que tuvimos nos mandaba calcar mapas de los continentes y de los países del mundo en papel diamante. ¿Es que quería que fuéramos cartógrafos?
Ciencias Naturales
Hay que ver la cantidad de cosas que tuvimos que aprender acá. Desde cómo funcionan nuestros cuerpos hasta cómo se reproducen las flores (a ver quién no se acuerda de lo de los estambres y los pistilos y el cáliz y todo lo demás), también el tema de los planetas (incluído el recientemente depuesto Plutón), con sus equinoccios y solsticios y órbitas, hasta el tema de las tramas alimentarias (que no alimenticias), la tabla periódica de los elementos, el tema de los sólidos, líquidos y gaseosos, los átomos y las moléculas y el por qué es necesario lavarse las manos antes de comer.
A esta materia le tengo un especial cariño, porque era una de las pocas donde nos dejaban salir de clase e ir al laboratorio, a hervir cosas con mecheros, mezclar otras con pipetas y tubos de ensayo e incluso ver cosas muy chicas por medio del microscopio, así que uno se sentía un poquito como si fuera uno de esos científicos con bata blanca que inventan cosas que explotan.
Matemáticas
Esta es la materia que más me aterroriza, a mí y a muchos otros alumnos acuales y pretéritos, porque consiste única y exclusivamente en cosas tan abstactas como los teoremas, ecuaciones, fórmulas y pi. Además, era la materia en la que indefectiblemente coleccionaba más rojos. Claro que había cosas más fáciles que otras, como por ejemplo, el tema de los conjuntos y sus símbolos raros, al estilo del ⇔, ∈, ∩ y los demás. El tema empezaba a complicarse con los números racionales, naturales y reales, sumas, restas, raíces cuadradas, minimos comunes múltiples, fracciones y divisores… y cuando llegábamos a la geometría, mi cerebro estaba totalmente embotado, con ecuaciones como pi por erre al cuadrado, dos pi erre, ángulos rectos, hipotenusas y catetos… Creo yo que esta es de las materias que más me hizo sufrir, sin lugar a dudas. Las matemáticas son muy importantes para el desarrollo de la humanidad, sin duda, pero, por favor, que se las aprendan otros.
Castellano
El tener el castellano como lengua materna es muy positivo, porque es una lengua elegante y llena de matices. Pero esos matices se convierten en un tormento en los primeros años de clases. Después de enseñarte a leer y escribir, cosas notablemente útiles, empiezan a pedirte que desmenuces el castellano y analices frases, separes sujeto y predicado y conjugues verbos irregulares, lo cual también es bastante útil. Y luego te explican cómo acentuar las palabras correctamente, con el tema de las palabras graves, agudas, esdrújulas y sobre-esdrújulas, y las famosas letras N, S o vocal. Ya. Por si eso no fuera suficiente, además te obligan a tro-ce-ar las pa-la-bras en sí-la-bas y te enseñan los diptongos y los hiatos. Y luego, para ver si realmente has entendido algo, te hacen leer fragmentos de cuentos y tienes que entender de qué van, y poco a poco vas dejando los fundamentos del lenguaje para entrar en la literatura, con hipérboles e hipérbatones y otros elementos literarios. A mí me hicieron leer, entre muchos otros, “El Bonete Maulino” y un cuento que se llamaba “Inamible” acerca de un carabinero que se inventaba palabras (huy, mira, aquí está. No recordaba que tuviera tantas palabrejas raras. ¡Seguro que lo hacen para confundir a los niños!).
Lo cual es muy positivo y bueno, de no ser porque todo ese saber se evaporaba tan pronto como dejábamos las aulas. Si me preguntas, amigo lector, qué es un diptongo, me quedaré en blanco. Así que no me lo preguntes, ¿ya?
Además, contábamos en nuestro curso a partir de sexto con un profesor que se empeñaba en que hiciéramos una copia diaria de cualquier cuento como tarea para la casa, y que quería que tuviéramos un lápiz de grafito, otro de pasta azul, otro de pasta roja y una goma, materiales que eran revisados diariamente. Si no lo hacíamos, ¡zas! anotación en el libro de faltas. Con esa actitud tan estricta, al final lo único que logró fue que muchos de mis compañeros le tuvieran rabia al castellano. Pucha.
Inglés
Traguemos saliva, amigos lectores, porque el inglés es una introducción a una lengua extranjera para nosotros, en donde lo que aprendes en castellano no sirve de nada. Todo está al revés, la gramática, la pronunciación (o como nos hacían decir, de pronunsieison), las letras y los verbos irregulares. No me cabe duda de que el inglés es importantísimo, y sobre todo en el mundo actual, pero pocos de nosotros lograremos defendernos de forma competente si los EE.UU. deciden invadir Chile y sólo contamos con el inglés que hemos aprendido en el colegio, a menos, claro está, que hayamos estudiado en un colegio bilingüe. Para colmo, resulta que los estadounidenses no hablan el inglés como a nosotros nos han enseñado, sino que lo tararean, haciendo así más dificil el entenderse con esa gente. Lo que podría explicar por qué van tan mal las cosas en el mundo: es que nadie entiende a los estadounidenses y al final se forman líos por lo mal que pronuncian ellos el inglés.
Mi promedio en esta materia era en general elevado, porque tengo facilidad para el idioma en general. Pero a veces me hacía líos impresionantes con los malvados verbos irregulares, que deberían estar proscritos en todos los idiomas del mundo.
Menos el castellano, porque esos verbos irregulares ya me los aprendí.
Francés
No sé muy bien con qué concepto nos obligaban a estudiar el francés como segundo idioma extranjero a los cabros chilenos. En primer lugar, y con perdón de los franceses, es una lengua entreverada y rara para nuestras entendederas. Fíjense, fíjense, para decir ‘o’ tienes que escribir ‘eau’, vocales que no tienen nada que ver con la ‘o’. Además, creo yo que nos resultaría mejor aprender el portugués, que seguro que resulta más fácil tanto fonéticamente como para escribir, y además nos sería más útil, por el tema de Brasil y todo eso.
¿Quiénes de ustedes no tuvieron que hacer un gran esfuerzo para aprenderse la Marsellesa para la prueba de francés? Yo tuve que aprendérmela, y por la razon que sea, aún no se me ha olvidado. Así que si algún día me encuentro con un turista francés, lo único que podré hacerle es cantarle la Marsellesa. Y no sé si le será útil.
Técnicas Manuales
Lo malo de ser torpe, como es mi caso, es que a pesar de poner todo tu empeño en que algo te quede lindo, no lo consigues. Aunque te esfuerces al máximo, sea con greda, plasticina, palitos de helado o una gubia, te mueres de envidia cuando ves que el/la alumno/a que está a tu lado ha conseguido una tacita preciosa, un molino de viento con aspas que se mueven, o una figura que parece que vaya a irse caminando en cualquier momento, y luego pones los ojos en lo que tú has hecho y te sientes un mediocre.
Ese es el principal problema de esta materia. Que no todos somos capaces de hacer lo que quisiéramos con nuestras manos, y menos aún en las dos horas escasas por semana que a esta materia le daban, porque dejando de lado el tema de la evaluación, era divertidísimo jugar con gubias, seguetas, limas, greda, palitos de helado, cola fría…
Música
Todo empezó con el solfeo. El solfeo tenía un nombre muy gracioso, sol-feo, jejejeje. Luego, en clases, me enteré que consistía en la notación que se usa para ‘escribir música’, lo cual está muy bien. Después, nuestros sufridos padres nos tuvieron que comprar un par de palos para marcar el ritmo de las canciones que nuestra profesora nos enseñaba, que ella vocalizaba con un muy explícito “taaa – taaa – taaa – trote – taaa”, para indicar la diferencia entre las corcheas y las semifusas. El paso final fue la adquisición de las flautas dulces, con las que podíamos atormentar a nuestras familias con total impunidad durante horas, amparados en la inocente premisa de que estábamos estudiando para alguna prueba. Por cierto, qué dificil era el coordinar los dedos para cubrir los agujeritos de la flauta.
¿Por qué no enseñarían a tocar la guitarra o el violín?
Educación Física
Esto sí que era un evento especial dentro del aburrido horario escolar, posiblemente una de las materias más esperadas por todos los alumnos. Mi colegio, el San Pedro Nolasco, contaba con unas excelentes instalaciones para el deporte: una cancha de fútbol de dimensiones reglamentarias y un gimnasio con potros, trampolines y barras para trepar. Si el día estaba soleado, empezaba normalmente con unas vueltas de calentamiento, tras lo cual siempre terminábamos reventados. Luego, hacíamos algún tipo de ejercicio y después de eso una pichanga, y luego nos íbamos a los vestuarios cantando un “¡Los dejamos calladitos!” si nuestro equipo había ganado la pichanga, o bien calladitos si la habíamos perdido.
Recuerdo que en cierta ocasión hicimos una evaluación en la que casi me saco la mugre. La cosa era sencilla, correr a un trampolín y luego saltar por encima de un potro, dar una voltereta y aterrizar sobre los pies en una colchoneta. Cuando llegó mi turno, calculé mal la distancia, pisé el trampolín muy hacia al final y salí catapultado, tan arriba que no pude apoyar mis manos en el potro, con lo que me caí de cabeza en las colchonetas, afortunadamente sin mayores consecuencias. Aunque lo mío no fue tan grave como el compañero que ‘aterrizó’ con sus partes nobles en pleno potro, causando gran dolor para él y rechifla general para el resto del curso.
Lo que me daba un poco de vergüenza era el vestir los micro-shorts de la época, esos que dejaban todas las piernas al aire, así que vestía el pantalón largo casi siempre. Por cierto, los colores del ‘buzo’ oficial del colegio eran increíblemente chillones, incluso para aquella época: pantalones y shorts de color azul escandaloso con rayas escandaloso a los lados, chandal de color rojo escandaloso con rayas azul escandaloso a los lados y con el escudo del colegio impreso en amarillo chillón a la altura del corazón. Con un esquema como ese, era dificil que te atropellaran por la noche.
En fin… tengo tantos recuerdos de las cosas que me pasaron mientras estaba en clase que me sería imposible el enumerarlas todas.