Las poblaciones callampa – El otro lado de los 80
El Santiago de los años 80 era muy diferente al que conocemos hoy en día. Primero, porque abundaban las casas bajitas de una o dos alturas en los barrios residenciales. Hoy en día los edificios de apartamentos están en todas partes y alojan la mayor parte de la población.
Segundo, porque la mayor parte del comercio se hacía en tiendas de abarrotes, botillerías y panaderias en el mismo barrio en donde se vivía. Esas tiendas serían gradualmente desplazadas por los supermercados y los malls a partir precisamente de los años 80.
Y, además, porque la ciudad estaba salpicada de poblaciones callampa, con casitas hechas de tablas y planchas de zinc, que albergaban la pobreza y el desamparo de muchos en contraste con la prosperidad que los Chicago Boys impusieron en el país a base de leyes de liberalización y privatizaciones a mansalva.
Las poblaciones, como solían llamarlas los noticieros, eran la versión chilena de la miseria y pobreza de la migración interna, y sus pobladores eran sobre todo gentes que venían del campo atraídas por la promesa de una vida mejor. Un fenómeno demasiado repetido en Latinoamérica: las villas miseria argentinas, los cantegriles uruguayos, los pueblos jóvenes peruanos, las favelas brasileiras e incluso los rancheríos españoles -los hubo y los hay-
están hechos con los mismos materiales, es decir, sueños rotos de gente humilde que escapa de un medio rural opresivo y empobrecido, que busca una vida mejor y que reciben como bienvenida un portazo en las narices por parte de una ciudad que les ignora. Los pobladores de esas villas, mediaguas, ranchos o favelas son muchas veces víctimas y victimarios de la delincuencia, de robos con violencia, de violaciones y de la terrible depresión de no tener una oportunidad para vivir dignamente, y a menudo terminan buscando cobijo en el alcohol y la droga para olvidar, aunque sea por un momento, el desempleo, el hambre y la desesperación. En Santiago había seiscientas mil personas que vivían en poblaciones, seiscientos mil sueños estrellados contra una realidad granítica y perversa.
Hay algunos que culpan a la dictadura de Pinochet del surgimiento de las callampas como fruto inesperado del la liberalización económica de Chile a partir de los setenta. Sin embargo, de acuerdo con mis fuentes, esa afirmación no es correcta. La migración interna es típica de la segunda mitad del siglo XX, fenómeno social típico de la época en la que las sociedades típicamente rurales de Latinoamérica se urbanizan y el campo se empobrece, y se dio en Chile con frecuencia entre la década de 1950 hasta mediados de los 80.
El proceso de gestación y vida de una población es siempre el mismo. Al comienzo, un grupo de familias se establece en un baldío o potrero, erigiendo casitas con material sencillo, o bien instalando las mediaguas que el gobierno distribuye a los damnificados después de alguna de las tragedias que tan a menudo azotan Chile. La infraestructura no existe, así que los nuevos vecinos suelen ‘colgarse’ de cables eléctricos vecinos para conseguir luz, y el agua se consigue de alguna llave de riego que haya cerca. A medida que la población crece, la población se organiza de forma espontánea, surgen consejos que regulan el crecimiento de la población y se encarga de la salubridad, se crean pozos negros y, si hay suerte, se presiona al gobierno o la municipalidad correspondiente para que ayuden a solucionar la pobreza y marginación. Si las cosas salen bien, la población se ‘legaliza’ y llegan el agua potable, la pavimentación de calles y el saneamiento. Este esquema funcionó regularmente durante los años 60 y principios de los 70, gracias a la relativa generosidad de los gobiernos paternalistas de Frei y Allende.
La situación cambió radicalmente a partir de la Política de Desarrollo Urbano de 1979, creada para hacer el mercado inmobiliario más flexible y dinámico y que, entre otras cosas, dividió a Santiago en una zona rica y otra pobre, cuya frontera era -y es- la Plaza Italia.
A partir de ese momento, cualquier nuevo intento de construir una población callampa es barrido sistemáticamente por los carabineros, dado que el suelo sobre el que se construían las mediaguas era un bien, normalmente en manos de un especulador, que esperaba el momento oportuno para vender los terrenos y lucrarse. Por otra parte, las poblaciones que ya existían fueron o bien urbanizadas definitivamente, si estaban en la zona ‘pobre’ de Santiago, o bien trasladados sus pobladores a nuevos barrios de casas pequeñas y sencillas, pero al menos con servicios como luz eléctrica, agua potable, saneamiento y calles pavimentadas, pagadas a medias entre el gobierno y las familias.
Así, pues, a partir de 1980, las poblaciones callampa gradualmente desaparecen, primero de Santiago, y luego de los alrededores de otras ciudades chilenas. Se ejecutan ‘planes sociales’ que el gobierno anuncia a bombo y platillo, en donde las mediaguas son reemplazadas por casas sólidas y, a veces, con un diminuto jardín.
O, por lo menos, esa es la historia oficial. Me comentan que aún hoy en día se hacen tomas de terreno y hay gente que se asienta en zonas no habitables, con lo que es probable que el problema aún no esté totalmente resuelto.
Aunque, de ser cierta la historia oficial, el de Chile es el único caso en toda América Latina que logró erradicar los campamentos ilegales y precarios que acá conocimos como callampas y brindó la oportunidad a mucha gente de vivir un poquito mejor. Lo que queda ahora es erradicar la pobreza, la marginación, los bajos sueldos y el abuso de la ‘clase dirigente’ y fomentar la dignidad.